A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación a otra persona, a eso lo llaman alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma. (Lo que significa que para entonces adquirieron una.) Afuera, la tarde de verano, todo un mundo arrojado a la luna: grupos de formas plateadas que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo, la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio transformada en aleación de luz de luna, forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma llena de ese fuego que en realidad es luz de luna, tomada de otra fuente, y brilla unos instantes, como brilla la luna: piedra o no, la luna sigue estando más que viva
Amar es destruir: es construir el hueco del no-amor, amueblar con milagros la pira trabajosa echando al fuego lenguas, carne de ojos vencidos, piel jubilosa, dulce, nucas saladas, hombros temblorosos, incinerar silencios y comprobar la altísima calidad combustible del lenguaje. Hay estadios del cuerpo a cuerpo a cuerpo que no alcanzaron nombre en el origen. Y quién inventa hoy vocablos para el quicio fragante de una piel, nombres para los grados de tersura, acidez o tibieza de un abrazo, quién justificaría las palabras-tatuaje, las palabras tenaces como un piercing, las palabras anfibias e ilegítimas. El poeta ha dejado junto a cada palabra lo que cada palabra le pidiera al oído: derramarse indecible en otro cuerpo o estallar en un verso como válvula. El poeta, desnudo, cuelga una percha en un árbol perdido y las palabras van al poema a vestirse
"Vivir sin tus caricias es mucho desamparo; vivir sin tus palabras es mucha soledad; vivir sin tu amoroso mirar, ingenuo y claro, es mucha oscuridad..."
Vuelvo pálida novia, que solías mi retorno esperar tan de mañana, con la misma canción que preferías y la misma ternura de otros días y el mismo amor de siempre, a tu ventana.
Y elijo para verte, en delicada complicidad con la Naturaleza, una tarde como ésta: desmayada en un lecho de lilas, e impregnada de cierta aristocrática tristeza.
¡Vuelvo a ti con los dedos enlazados en actitud de súplica y anhelo -como siempre-, y mis labios no cansados de alabarte, y mis ojos obstinados en ver los tuyos a través del cielo!
Recíbeme tranquila, sin encono, mostrando el deje suave de una hermana; murmura un apacible: "Te perdono", y déjame dormir con abandono, en tu noble regazo, hasta mañana....
I don’t wanna talk
About the things we've gone through
Though it’s hurting me
Now it’s history
I've played all my cards
And that's what you've done too
Nothing more to say
No more ace to play
The winner takes it all
The loser standing small
Beside the victory
That’s her destiny
I was in your arms
Thinking I belonged there
I figured it made sense
Building me a fence
Building me a home
Thinking I'd be strong there
But I was a fool
Playing by the rules
The gods may throw a dice
Their minds as cold as ice
And someone way down here
Loses someone dear
The winner takes it all
The loser has to fall
It’s simple and it’s plain
Why should I complain?
But tell me does she kiss
Like I used to kiss you?
Does it feel the same
When she calls your name?
Somewhere deep inside
You must know I miss you
But what can I say
Rules must be obeyed
The judges will decide
The likes of me abide
Spectators of the show
Always staying low
The game is on again
A lover or a friend
A big thing or a small
The winner takes it all
I don’t wanna talk
If it makes you feel sad
And I understand
You've come to shake my hand
I apologize
If it makes you feel bad
Seeing me so tense
No self-confidence
But you see
The winner takes it all
The winner takes it all
Someone winner
Take it all
And one loses
Has to fall
From a guide
From the side
Makes that feeling
Someone here
Takes it all
Has to fall
This is magic
Someone here
EL GANADOR LO LLEVA TODO
No quiero hablar
Acerca de las cosas que vivimos
Aunque me duela
Ahora ya es historia
Jugué todas mis cartas
Y tú también hiciste lo mismo
No hay nada más que decir
No hay ningún as más por jugar
El ganador se lo lleva todo
La perdedora permanece pequeña
Junto a la victoria
Ese es su destino
Yo estaba en tus brazos
Pensando que pertenecía allí
Me lo imaginaba y tenía sentido
Construirme una cerca
Construirme un hogar
Pensando que estaría segura allí
Pero fui una estúpida
Al jugar con las reglas
Los dioses pueden lanzar el dado
Con sus mentes tan frías como el hielo
Y alguien aquí abajo
Pierde a alguien querido
El ganador se lo lleva todo
El perdedor tiene que caer
Así de simple y claro
¿Por qué tendría que quejarme?
Pero dime ¿ella besa
Como yo solía besarte?
¿Se siente lo mismo
Cuando ella te nombra?
En algún lugar allá en lo profundo
Tu debes saber que te echo de menos
Pero qué puedo decir
Las reglas deben obedecerse.
Los jueces decidirán
Alguien como yo debe obedecer
Los espectadores del show
Siempre permanecen calmados
El juego comienza nuevamente
Un amante o un amigo
Una cosa grande o pequeña
El ganador se lo lleva todo
No quiero hablar
Si esto te entristece
Y entiendo que
Viniste a darme la mano
Me disculpo
Si te hace sentir mal
Verme tan tensa
Sin ninguna confianza en mí misma
Pero tú ves
El ganador se lo lleva todo
El ganador se lo lleva todo
Algún ganador
Se lo lleva todo
Y quien pierde
Tiene que caer
De una guía
De un lado
Produce esa sensación
Alguien aquí
Lo lleva todo
Tiene que caer
Esto es mágico
Alguien aqui.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Hay un muerto en el cementerio más lejano que se queja tres años porque tiene un paisaje seco en la rodilla; y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas. Pero no hay olvido, ni sueño: carne viva. Los besos atan las bocas en una maraña de venas recientes y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día los caballos vivirán en las tabernas y las hormigas furiosas atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día veremos la resurrección de las mariposas disecadas y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero, a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato, hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan, donde espera la dentadura del oso, donde espera la mano momificada del niño y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. No duerme nadie. Pero si alguien cierra los ojos, ¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. Ya lo he dicho. No duerme nadie. Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes, abrid los escotillones para que vea bajo la luna las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
Perdóname el dolor, a veces,* perdóname la tristeza casi siempre y la soledad (es así como llamo a tu ausencia). Perdóname el silencio y las palabras ahora. Perdóname la alegría si te tengo un poco, los encuentros, los versos, mi pobre vida. Perdóname la esperanza todavía (la tomo sin dármela y la asumo como único alimento). Perdóname que hable que calle que respire pero nunca que te ame. Condena mi amor, castígame por él, quiero el infierno por pabia y aposento, que los días me torturen y conozca la fatiga, que tus reproches me vistan de martirio, tu furia de sangre. Maldita y desterrada, te seguiré queriendo y seré, más que nunca, imperdonable.
No sabía decirlas, no podía; porque jamás las pronunciará antes,
juntas así. La angustia la mataba, imposible aguantar aquel anhelo que era dolor cruel de tan agudo. Y las palabras nunca dichas fueran el único remedio en aquel trance que alteraba su cuerpo: de la piel, hasta lo más profundo. Con voz rota ella pide: ¡oh tú, por caridad ayúdame a decirte que... Palabras.
La luna entre los árboles ennobleció el silencio de la noche armoniosa y tomaron las fuentes vaguedad de pupilas, y hubo meditaciones albm en las magnolias.
El misterio nocturno se aromó de azucenas, conmovidas palabras vinieron de la sombra Los amores antiguos, -seda triste, oro turbio,- vivían en la voz helada de las hojas.
Percibo lo secreto, lo oculto: ¡Oh vosotros señores! Así somos, somos mortales, de cuatro en cuatro nosotros los hombres, todos habremos de irnos, todos habremos de morir en la tierra.
Nadie en jade, nadie en oro se convertirá: En la tierra quedará guardado. Todos nos iremos allá, de igual modo. Nadie quedará, conjuntamente habrá que perecer, nosotros iremos así a su casa.
Como una pintura nos iremos borrando. Como una flor, nos iremos secando aquí sobre la tierra. Como vestidura de plumaje de ave zacuán, de la preciosa ave de cuello de hule, nos iremos acabando nos vamos a su casa.
Se acercó aquí. Hace giros la tristeza de los que en su interior viven. Meditadlo, señores, águilas y tigres, aunque fuérais de jade, aunque fuérais de oro, también allá iréis, al lugar de los descarnados. Tendremos que desaparecer, nadie habrá de quedar.
Ahora te quiero, como el mar quiere a su agua: desde fuera, por arriba, haciéndose sin parar con ella tormentas, fugas, albergues, descansos, calmas. ¡Qué frenesíes, quererte! ¡Qué entusiasmo de olas altas, y qué desmayos de espuma van y vienen! Un tropel de formas, hechas, deshechas, galopan desmelenadas. Pero detrás de sus flancos está soñándose un sueño de otra forma más profunda de querer, que está allá abajo: de no ser ya movimiento, de acabar este vaivén, este ir y venir, de cielos a abismos, de hallar por fin la inmóvil flor sin otoño de un quererse quieto, quieto. Más allá de ola y espuma el querer busca su fondo. Esta hondura donde el mar hizo la paz con su agua y están queriéndose ya sin signo, sin movimiento. Amor tan sepultado en su ser, tan entregado, tan quieto, que nuestro querer en vida se sintiese seguro de no acabar cuando terminan los besos, las miradas, las señales. Tan cierto de no morir, como está el gran amor de los muertos.
Imagínate tú... Imagínatelo tú por un momento. R. A.
La estrella aún flotaba en las aguas. Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente. Y de pronto la mágica música errante en la sombra se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre.
Imagínate tú, piensa sólo un instante, piensa sólo un instante que el alma comienza a caerse. (Las hojas, el canto del agua que sólo tú escuchas: maravilloso silencio que pone en las tuyas su mano evidente.)
Piensa sólo un instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche, que eres carne de sombra, recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve. Piensa conmigo «¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo, antes que todo se desvaneciese!»
Imagínate tú que hace siglos que has muerto. No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres. Procura un instante pensar que tus brazos no pesan. Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.
(¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!) Y cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte, abre los ojos: El trágico hachero saltaba los montes, llevaba una antorcha en la mano, incendiaba los bosques nacientes. El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida. El prodigio era tuyo y te hacías así vencedor de la muerte.
Yo soy la que por el mundo anda perdida, Yo soy la que en la vida no tiene norte, Soy la hermana del Sueño, y de esta suerte Soy la crucificada... la adolorida...
¡Sombra de niebla tenue y desvanecida, Y que el destino amargo, triste y fuerte, Impele brutalmente hacia la muerte! ¡Alma de luto siempre incomprendida!
Soy aquella que pasa y nadie ve... Soy la que llaman triste sin serlo Soy la que llora sin saber por qué...
Soy tal vez la visión que Alguien soñó, Alguien que vino al mundo para verme ¡ Y que nunca en la vida me encontró!
Tuve un sueño, que no era del todo un sueño. El brillante sol se apagaba, y los astros vagaban diluyéndose en el espacio eterno, sin rayos, sin senderos, y la helada tierra oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna; la mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día, Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror de esta desolación; y todos los corazones se helaron en una plegaria egoísta por luz; y vivieron junto a hogueras - y los tronos, los palacios de los reyes coronados - las chozas, los hogares de todas las cosas que habitaban, fueron quemadas en las fogatas; las ciudades se consumieron, Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes refugios para verse nuevamente las caras unos a otros; Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo de los volcanes, y su antorcha montañosa: Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía; Se encendió fuego a los bosques - pero hora tras hora Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos se extinguieron con un estrépito - y todo fue negro.
Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza, tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto los haces caían sobre ellos; algunos se tendían y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían; y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba con loca inquietud al sordo cielo, El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez con maldiciones se arrojaban sobre el polvo, y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban, y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo, y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron y se enroscaron entre la multitud, siseando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento: y la Guerra, que por un momento se había ido, se sació otra vez; - una comida se compraba con sangre, y cada uno se hartó, resentido y solo atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor; toda la tierra era un solo pensamiento - y ese era la muerte, Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres morían, y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne; el magro por el magro fue devorado, y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno, Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo a raya a las aves y las bestias y los débiles hombres, hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida, Sino que con un gemido piadoso y perpetuo y un corto grito desolado, lamiendo la mano que no respondió con una caricia - murió.
De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos de una ciudad enorme sobrevivieron, y eran enemigos; se encontraron junto a las agonizantes brasas de un altar donde se había apilado una masa de cosas santas para un fin impío; hurgaron, y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas en las débiles cenizas, y sus débiles alientos soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama que era una burla; entonces levantaron sus ojos al verla palidecer, y observaron el aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron - De su propio espanto mutuo murieron, sin saber quién era aquel sobre cuya frente la hambruna había escrito Enemigo. El mundo estaba vacío, lo populoso y lo poderoso - era una masa, sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida - una masa de muerte - un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos, y nada se movía en sus silenciosos abismos; las naves sin marinos yacían pudriéndose en el mar, y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían dormían en el abismo sin un vaivén - Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas, Antes ya había expirado su señora la luna; Los vientos se marchitaron en el aire estancado, Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba De su ayuda - Ella era el universo.
Cuando estoy contigo, estamos despiertos toda la noche Cuando no estas, no puedo dormir ¡Que Dios bendiga estas dos insomnias! y la diferencia entre ellas
Te seguiré por siempre, callada y fugitiva, por entre oscuras calles molidas de nostalgia, o sobre las estrellas sonreídas de ritmos donde mecen su historia tus más hondas miradas.
Mis pasos desatados de rumbos y fronteras no encuentran las orillas que a tu vida se enlazan. Busca lo ilimitado mi amor, y mis canciones de espalda a los estático, irrumpen en tu alma.
Apacible de anhelos, cuando el mundo te lleve, me doblaré el instinto y amaré tus pisadas; y serán hojas simples las que iré deshilando entre quietos recuerdos, con tu forma lejana.
Atenta a lo infinito que en mi vida ya asoma, con la emoción en alto y la ambición sellada, te seguiré por siempre, callada y fugitiva, por entre oscuras calles, o sobre estrellas blancas.
No estamos solos. Nunca estamos solos. Aunque la calle inunde su eterna muchedumbre a bocanadas. Aunque el grito se extienda sin compartirse, como la llama medra entre los labios, como el errante bosque se dignifica en piedra.
No estamos solos en la ciudad inteligible. Mientras el hacha se convierta en estrías de columna y la alevosa ira deje de ser cornada. Cuando el halo de un cuerpo, si sufriente, desbrizne sus estigmas sin recordar el susto.
No está sola la niña que ha olvidado su amor en la llanura. Ni el errante que no encuentra la dicha, cuando los fustes se convierten en aves. cuando el cayado desarraiga la mejilla y el busto.
¡Que no venga tu lágrima empañada, que no acose tu vientre la almidonada esfera, que no irrumpa en la sala donde duermes, donde el trueno defiende el acoso de los niños, donde el calor involucrado ha puesto sus raíces!
Porque no me has faltado todavía. Aun antes de llegar no me faltabas. Rehén de la magnífica torre, guarda que se avecina desde el puente donde fluyen dos ojos indigentes, para hacerse medalla encubridora.
Oh sola soledad que ya no aplazas, que no apruebas el envite empobrecido de mi mesa, que no confundes el dibujo de mi equipaje. Te tengo compartida con el pulso, con el ángel continuo, con el amor en vuelo.
La luna se puede tomar a cucharadas o como una cápsula cada dos horas. Es buena como hipnótico y sedante y también alivia a los que se han intoxicado de filosofía. Un pedazo de luna en el bolsillo es mejor amuleto que la pata de conejo: sirve para encontrar a quien se ama, para ser rico sin que lo sepa nadie y para alejar a los médicos y las clínicas. Se puede dar de postre a los niños cuando no se han dormido, y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos ayudan a bien morir.
Pon una hoja tierna de la luna debajo de tu almohada y mirarás lo que quieras ver. Lleva siempre un frasquito del aire de la luna para cuando te ahogues, y dale la llave de la luna a los presos y a los desencantados. Para los condenados a muerte y para los condenados a vida no hay mejor estimulante que la luna en dosis precisas y controladas.
Todo nos amenaza: el tiempo, que en vivientes fragmentos divide al que fui del que seré, como el machete a la culebra; la conciencia, la transparencia traspasada, la mirada ciega de mirarse mirar; las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba, el agua, la piel: nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan, murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba. Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas, ni el delirio y su espuma profética, ni el amor con sus dientes y uñas, no bastan. Más allá de nosotros, en las fronteras del ser y el estar, una vida más vida nos reclama.
Afuera la noche respira, se extiende, llena de grandes hojas calientes, de espejos que combaten: frutos, garras, ojos, follajes, espaldas que relucen, cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma, de tanta vida que se ignora y se entrega: tú también perteneces a la noche. Extiéndete, blancura que respira, late, oh estrella repartida, copa, pan que inclinas la balanza del lado de la aurora, pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.
Hay maderas oscuras y profundas como tus ojos y tus cabellos. Porque tus ojos y tus cabellos son como maderas profundas y charoladas.
Hay maderas suaves y livianas como tu piel y tu alegría. Porque tu piel y tu alegría son como maderas suaves y livianas.
Hay maderas recias y macizas como tus piernas y tus espaldas. Porque tus piernas y tus espaldas son como maderas recias y macizas.
Hay maderas húmedas y rojas como la piel de tus labios y de tu lengua. Porque la piel de tus labios y de tu lengua es como una madera roja y empapada de savia.
Hay maderas olorosas y vivas como el olor de tu cuerpo. Porque el olor de tu cuerpo es como el olor de las maderas cortadas en los tiempos de lluvias.
Hay maderas que al ser trabajadas dan notas musicales y perfectas. Tu amor es una nota musical y perfecta como el sonido que dan ciertas maderas cuando son trabajadas.
Hay maderas que se quejan en las noches de lluvia y en las tardes de tormenta. Porque eres triste, y esto te embellece y purifica, te pareces a esas maderas que se quejan en las noches de lluvia y en las tardes de tormenta.
Hay maderas que tienen un sabor y perfume tan propios que, cuando se las huele o se las besa, ya no son olvidadas nunca más en la vida. Porque eres fatalmente inolvidable, te pareces a esas maderas que se recuerdan hasta la muerte cuando se las huele o se las besa.
Siempre la verdad duele pero que bueno que llega...y quien mejor para decirlo
que mi querido Don Mario Benedetti.
Quizá fue una hecatombe de esperanzas un derrumbe de algún modo previsto ah pero mi tristeza solo tuvo un sentido
todas mis intuiciones se asomaron para verme sufrir y por cierto me vieron
hasta aquí había hecho y rehecho mis trayectos contigo hasta aquí había apostado a inventar la verdad pero vos encontraste la manera una manera tierna y a la vez implacable de desahuciar mi amor
con un solo pronostico lo quitaste de los suburbios de tu vida posible lo envolviste en nostalgias lo cargaste por cuadras y cuadras y despacito sin que el aire nocturno lo advirtiera ahí nomás lo dejaste a solas con su suerte que no es mucha
creo que tenés razón la culpa es de uno cuando no enamora y no de los pretextos ni del tiempo
hace mucho muchísimo que yo no me enfrentaba como anoche al espejo y fue implacable como vos mas no fue tierno
ahora estoy solo francamente solo
siempre cuesta un poquito empezar a sentirse desgraciado
antes de regresar a mis lóbregos cuarteles de invierno
con los ojos bien secos por si acaso
miro como te vas adentrando en la niebla y empiezo a recordarte.
No se acaba el mundo
cuando un amor se va
no se acaba el mundo
y no se derrumbara.
Si fue verdadero
tras sus huellas volvera
si no fue cincero
otro lo remplazara.
No se acaba el mundo
cuando un amor se va
no se acaba el mundo
y no se derrumbara.
No hay lluvia en el alma
que no acabe con un sol
y se limpie el cielo
cuando deja de llover
de llover....
Y es el corazón
como un ave de cristal
es tan fragil de romper
tan dificil de entender
y es el corazón
como el destino tan cruel
tan dificil de torcer
y tan facil de perder
es el amor.......es el amor
No se acaba el mundo
cuando un amor se va
no se acaba el mundo
y no se derrumbara
si fue verdadero
tras sus huellas volvera
si no fue cincero
otro lo remplazara
No se acaba el mundo
cuando un amor se va
no se acaba el mundo
y no se derrumbara
No hay lluvia en el alma
que no acabe con un sol
y se limpie el cielo
cuando deja de llover
de llover...
Y es el corazón
como un ave de cristal
es tan fragil de romper
tan dificil de entender
y es el corazón
como el destino tan cruel
tan dificil de torcer
y tan facil de perder
es el amor.......es el amor
Por veredas de sueño y habitaciones sordas tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos Una cifra vigilante y sigilosa va por los arrabales llamándome y llamándome pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo si la cifra se mezcla con las letras del sueño, si solamente estás donde ya no te busco. Mendoza, Argentina 1944 La mufa Vos ves la Cruz del Sur, respirás el verano con su olor a duraznos, y caminás de noche mi pequeño fantasma silencioso por ese Buenos Aires, por ese siempre mismo Buenos Aires. Quizá la más querida
Me diste la intemperie, la leve sombra de tu mano pasando por mi cara. Me diste el frío, la distancia, el amargo café de medianoche entre mesas vacías.
Siempre empezó a llover en la mitad de la película, la flor que te llevé tenía una araña esperando entre los pétalos.
Creo que lo sabías y que favoreciste la desgracia. Siempre olvidé el paraguas antes de ir a buscarte, el restaurante estaba lleno y voceaban la guerra en las esquinas.
Fui una letra de tango para tu indiferente melodía. Una carta de amor Todo lo que de vos quisiera es tan poco en el fondo porque en el fondo es todo
como un perro que pasa, una colina, esas cosas de nada, cotidianas, espiga y cabellera y dos terrones, el olor de tu cuerpo, lo que decís de cualquier cosa, conmigo o contra mía,
todo eso es tan poco yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mí, que me ames con violenta prescindencia del mañana, que el grito de tu entrega se estrelle en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos sea otro signo de la libertad.
Me vestiré sin prisa, mientras tu luz anida en el gemido de mi pecho, encadenada a tus surcos, tus barrancos y tus selvas. Me vestiré sin prisa con la piel solitaria, hecha colina virgen y volcán en llamas. Tendré la sangre en celo encadenada a tu batalla, y tú serás vertiente y filo en el temblor de la mañana. Mecido en el aroma de una paz frondosa, beberás hasta el fondo mi conciencia. Me vestiré sin prisa, absorta frente al agua, al viento y a las rosas, en el suspiro invisible que vela mi silencio, con la alegría en los ojos y un olor a ritmo y tierra. Recorreré la ruta de tu cuerpo ya sin miedo, y tú, ceñido a mí, te fundirás tormentoso a mi silencio. Y de nuevo sí... encadenada a tu campo, tu estanque y tu redil celeste, improvisaré frutales y nidos de espumas. Después, cuajado de tristeza... me acosarás, y al pie de mi ventana dolerás entre mis dudas. Me obligarás a quererte y te querré , lejos del río y de la entrega.
La noche entera con un hacha me ha golpeado el dolor, pero el sueño pasó lavando como un agua oscura piedras ensangrentadas. Hoy de nuevo estoy vivo. De nuevo te levanto, vida, sobre mis hombros.
Oh vida, copa clara, de pronto te llenas de agua sucia, de vino muerto, de agonía, de pérdidas, de sobrecogedoras telarañas, y muchos creen que ese color de infierno guardarás para siempre.
No es cierto.
Pasa una noche lenta, pasa un solo minuto y todo cambia. Se llena de transparencia la copa de la vida. El trabajo espacioso nos espera. De un solo golpe nacen las palomas. Se establece la luz sobre la tierra.
Vida, los pobres poetas te creyeron amarga, no salieron contigo de la cama con el viento del mundo.
Recibieron los golpes sin buscarte, se barrenaron un agujero negro y fueron sumergiéndose en el luto de un pozo solitario.
No es verdad, vida, eres bella como la que yo amo y entre los senos tienes olor a menta.
Vida, eres una máquina plena, felicidad, sonido de tormenta, ternura de aceite delicado.
Vida, eres como una viña: atesoras la luz y la repartes transformada en racimo.
el que de ti reniega que espere un minuto, una noche, un año corto o largo, que salga de su soledad mentirosa, que indague y luche, junte sus manos a otras manos, que no adopte ni halague a la desdicha, que la rechace dándole forma de muro, como a la piedra los picapedreros, que corte la desdicha y se haga con ella pantalones. La vida nos espera a todos los que amamos el salvaje olor a mar y menta que tiene entre los senos.
Tal vez esta noche no es noche, debe ser un sol horrendo, o lo otro, o cualquier cosa. ¡Qué sé yo! Faltan palabras, falta candor, falta poesía cuando la sangre llora y llora!
¡Pudiera ser tan feliz esta noche! Si sólo me fuera dado palpar las sombras, oír pasos, decir "buenas noches" a cualquiera que pasease a su perro, miraría la luna, dijera su extraña lactescencia tropezaría con piedras al azar, como se hace.
Pero hay algo que rompe la piel, una ciega furia que corre por mis venas. ¡Quiero salir! Cancerbero del alma. ¡Deja, déjame traspasar tu sonrisa! ¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Aún quedan ensueños rezagados. ¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces ¡Y mis pocos años! ¿Por qué no? La muerte está lejana. No me mira. ¡Tanta vida, Señor! ¿Para qué tanta vida?
Envejecer también es cruzar un mar de humillaciones cada día; es mirar a la víctima de lejos, con una perspectiva que en lugar de disminuir los detalles los agranda. Envejecer es no poder olvidar lo que se olvida. Envejecer transforma a una víctima en victimario.
Siempre pensé que las edades son todas crueles, y que se compensan o tendrían que compensarse las unas con las otras. ¿De qué me sirvió pensar de este modo? Espero una revelación. ¿Por qué será que un árbol embellece envejeciendo? Y un hombre espera redimirse sólo con los despojos de la juventud.
Nunca pensé que envejecer fuera el más arduo de los ejercicios, una suerte de acrobacia que es un peligro para el corazón. Todo disfraz repugna al que lo lleva. La vejez es un disfraz con aditamentos inútiles. Si los viejos parecen disfrazados, los niños también. Esas edades carecen de naturalidad. Nadie acepta ser viejo porque nadie sabe serlo, como un árbol o como una piedra preciosa.
Soñaba con ser vieja para tener tiempo para muchas cosas. No quería ser joven, porque perdía el tiempo en amar solamente. Ahora pierdo más tiempo que nunca en amar, porque todo lo que hago lo hago doblemente. El tiempo transcurrido nos arrincona; nos parece que lo que quedó atrás tiene más realidad para reducir el presente a un interesante precipicio.
Cuando pierda todas las partidas
cuando duerma con la soledad
cuando se me cierren las salidas
y la noche no me deje en paz.
Cuando tenga miedo del silencio
cuando cueste mantenerse en pie
cuando se rebelen los recuerdos
y me pongan contra la pared.
Resistiré para seguir viviendo
me volveré de hierro
para endurecer la piel
y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
como el junco que se dobla
pero siempre sigue en pie.
Resistiré para seguir viviendo
soportaré
los golpes y jamás me rendiré
y aunque los sueños se me rompan en pedazos
resistiré, resistiré.
Cuando el mundo pierda toda magia
cuando mi enemigo sea yo
cuando me apuñale la nostalgia
y no reconozca ni mi voz.
Cuando me amenace la locura
cuando en mi moneda salga cruz
cuando el diablo pase la factura
o si alguna vez me faltas tú.
Resistiré para seguir viviendo
me volveré de hierro
para endurecer la piel
y aunque los vientos de la vida soplen fuerte
como el junco que se dobla
pero siempre sigue en pie.
Resistiré para seguir viviendo
soportaré
los golpes y jamás me rendiré
y aunque los sueños se me rompan en pedazos
resistiré, resistiré.
Sí duele y mucho, pero no me va a matar... sólo es para tomar impulso...
Si ahora digo amor tal vez no diga que la ausencia me mira del fondo de tus ojos, que aquí estuvimos juntos, que fue hermoso y que el sol conocía tu perfil de memoria. Tal vez sea imposible que alguien sepa lo claro, la luz que fue llevarte de la mano pequeña como a un tallo mecido por un viento de música hacia los territorios donde aguarda el silencio.
Y ya que estás distante, qué pensarán los árboles qué dirán las canciones, cómo verá la noche mi soledad de río; dónde pondrán su ronda los niños de la tarde, adónde irán los pájaros sin tu risa y mi silbo y la calle tan sola con sus puertas inútiles y las sombras sin besos y los perros perdidos; ahora que la ausencia me interrumpe la boca, ahora que me esperas tan allá de los niños.
Se nos ha muerto el año. Yo le veo el invierno hecho de un sólo frío, de un solo tajo solo a la mitad de agosto, de una dura distancia... larga, definitiva. Porque de pronto sobran los barcos, los andenes y de pronto este rumbo ya no tiene sentido como si nadie fuera hacia ninguna parte o alguien hubiera muerto a mitad de camino.
Alguien. Mi voz. Tu pelo. Las cosas que no dije. La flor de tu vestido. Se nos ha muerto el año donde dejé tu nombre para que recobrara su condición de estío.
Ya no sé, nunca entiendo estas precarias sílabas, cosas que no recuerdo de pronto me dominan: ¿te dije que tenías la piel como de humo? ¿que de estarme en tus ojos me conozco el origen? ¿te he enseñado el misterio de los árboles solos? ¿sabes ya que tus manos son dos siestas dormidas?
No sé, nunca recuerdo tanta distancia, tanta canción que no he cantado cuando anduvimos juntos. Me dolería mucho no haberte dicho todo lo que llevo en la boca casi como otra risa.
Grande es la sombra. Yo la siento enredada en las manos como una miel espesa. Bajo la sombra no sabemos si el camino se marcha o si regresa.
¡Ah, qué suaves son tus labios!° El beso que acabamos de atrapar es tierno y majestuoso como un gran árbol con un follaje nuevo.
No me digas nada: Yo te contaré que hay besos puros y torpes. Algunos tan ligeros que casi no son besos. Otros tan violentos que los labios se abren y florecen en sangre.
A veces me siento triste porque las piedras no tienen labios, ni besos, ni palabras.
¿Cómo sientes mis manos? Las has estrechado con las tuyas y las has acercado a tus pechos. Desnudos y tibios los he sentido aletear como pájaros vivos debajo de mis manos.
Para tenerte siempre cortaré todas las flores de corola grande y te haré con ellas un lecho. Quemaré todos mis recuerdos, cuando llegue la noche, para que no te molesten las espinas. Cuando te duermas -desnuda entre las flores- soñarás que te besa castamente un ángel o un dios.
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, late vivo en el sol y se prende al pinar. No te vale olvidarlo como al mal pensamiento: ¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, ruegos tímidos, imperativos de mar. No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: ¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar. No te vale decirle que albergarlo rehúsas: ¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina, argumentos de sabio, pero en voz de mujer. Ciencia humana te salva, menos ciencia divina: ¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras. Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir. Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras ¡que eso para en morir!
Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca. Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere un olvido, una ausencia, a veces menos. Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno! El aire no es bastante para los dos. Y no basta la tierra para los cuerpos juntos y la ración de la esperanza es poca y el dolor no se puede compartir.
El hombre es animal de soledades, ciervo con una flecha en el ijar que huye y se desangra.
¡Ah! pero el odio, su fijeza insomne de pupilas de vidrio; su actitud que es a la vez reposo y amenaza.
El ciervo va a beber y en el agua aparece el reflejo de un tigre. El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve - antes que lo devoren - ( cómplice, fascinado ) igual a su enemigo.
Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos
después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser si no por una vida al menos por un rato o por un parpadeo
en cambio hay hombres que fui y ya no soy ni puedo ser y esto no siempre es un avance a veces es una tristeza
hay deseos profundos y nonatos que prolongué como coordenadas hay fantasías que me prometi y desgraciadamente no he cumplido y otras que me cumplí sin prometérmelas
hay rostros de verdad que alumbraron mis fábulas rostros que no vi más pero siguieron vigilándome desde la letra en que los puse
hay fantasmas de carne otros de hueso también hay los de lumbre y corazón o sea cuerpos en pena almas en júbilo que vi o toqué o simplemente puse a secar a vivir a gozar a morirse pero además está lo qe advertí de lejos
yo también escuché una paloma que era de otros diluvios yo tambén destrocé un paraíso que era de otras infancias yo también gemí un sueño que era de otros amores
asi pues desde este misterioso confín de la existencia los otros me ampararon como árboles con nidos o sin nidos poco importa no me dieron envidia sino frutos
esos otros están aqui
sus poemas son mentiras de a puño son verdades piadosas
están aqui rodeándome juzgandome con las pobres palabras que les di
hombres que miran tierra y cielo a través de la niebla o sin sus anteojos también a mí me miran con la pobre mirada que les di
son otros que están fuera de mi reino claro pero además estoy en ellos
a veces tienen lo que nunca tuve a veces aman lo que quise amar a veces odian lo que estoy odiando
de pronto me parecen lejanos tan remotos que me dan vértigo y melancolía y los veo minados por un duelo sin llanto y otras veces en cambio los presiento tan cerca que miro por sus ojos y toco por sus manos y cuando odian me alegro de su rencor y cuando aman me arrimo a su alegría
quién hubiera dicho que estos poemas míos iban a ser de otros.
Yo he regresado a ti desde la incertidumbre con espinas.
Te quiero recta como la espada o el camino.
Pero te empeñas en guardar un recodo de sombra que no quiero.
Amor mío, compréndeme, te quiero toda, de ojos a pies, a uñas, por dentro, toda la claridad, la que guardabas.
Soy yo, amor mío, quien golpea tu puerta. No es el fantasma, no es el que antes se detuvo en tu ventana. Yo echo la puerta abajo: yo entro en toda tu vida: vengo a vivir en tu alma: tú no puedes conmigo.
Tienes que abrir puerta a puerta, tienes que obedecerme, tienes que abrir los ojos, para que busque en ellos, tienes que ver cómo ando con pasos pesados por todos los caminos que, ciegos, me esperaban.
No me temas, soy tuyo, pero no soy el pasajero ni el mendigo, soy tu dueño, el que tú esperabas, y ahora entro en tu vida, para no salir más, amor, amor, amor, para quedarme.
Y sí, este poema es muy repetitivo pero aún así muchos no entienden lo que es amor...
¡Todo era amor... amor! No había nada más que amor. En todas partes se encontraba amor. No se podía hablar más que de amor. Amor pasado por agua, a la vainilla, amor al portador, amor a plazos. Amor analizable, analizado. Amor ultramarino. Amor ecuestre. Amor de cartón piedra, amor con leche... lleno de prevenciones, de preventivos; lleno de cortocircuitos, de cortapisas. Amor con una gran M, con una M mayúscula, chorreado de merengue, cubierto de flores blancas... Amor espermatozoico, esperantista. Amor desinfectado, amor untuoso... Amor con sus accesorios, con sus repuestos; con sus faltas de puntualidad, de ortografía; con sus interrupciones cardíacas y telefónicas. Amor que incendia el corazón de los orangutanes, de los bomberos. Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas, que arranca los botones de los botines, que se alimenta de encelo y de ensalada. Amor impostergable y amor impuesto. Amor incandescente y amor incauto. Amor indeformable. Amor desnudo. Amor amor que es, simplemente, amor. Amor y amor... ¡y nada más que amor!
Yo me siento. Tú te sientes. Nos sentimos, estamos juntos. Somos terriblemente dichosos, como el cielo siempre azul, como el espanto, como la luz que es la luz, como el espacio.
Si ahora me preguntaran por qué estoy tan contento, diría: «Porque soy.» Y al decirme sería un poco menos. Si tratara de explicarme surgirían como sierpes desenvueltas y en combate mis ambiguos sentimientos. Pero soy solo. Sí. Soy. Te creo.
Estas aquí, en mí mismo. Ni te veo, ni te pienso, ni te beso, ni te sueño. Sólo estás. Estoy contigo. Yo, a tu lado, Tú conmigo. Estamos uno en otro, tan reales que con ser poco, ese poco es ya bastante. Estamos en lo que somos, de puro simples, totales.
Estamos donde siempre, callados. No hay motivo razonable para ser tan ferozmente dichosos. Pero sacan el porrón de vino, las chuletas, la ensalada, el Cacciotta ricamente podrido, el jugo de naranja, los cafés, la ginebra. Estamos juntos y todo nos sabe por eso a fiesta.
Soy feliz, ¡tan feliz! Si ahora me levantara saldría por el techo. Estoy, como se dice vulgarmente, contento. Vivo, vivo, y contigo comprendo que vivir es algo muy sencillo. El corazón ha abierto su mano y yo deliro.
Me dejo estar. Te quiero. Todo es bello. Irradio una certeza fulminante. Soy el alguien tremendo que en ti se basta a sí mismo. Soy mi absoluta presencia (¿qué pasa?) que está aquí (¡perdón, nada!). Soy contigo y tú conmigo, el imán de los prodigios.
¿Quién creería si nos viera que cada día, obtusa, la desgracia del mundo de fuera nos arrastra? ¡Amor besa mi muerte! ¡Dolor, sé voluptuoso! ¡Oh tú, Necesidad, pon la burla en mis ojos y en pecho ese ritmo de la paz y la guerra que son a una el latido fatal de la belleza!
¡Ahora, mi ahora mismo, sé límpido y valiente, la alegría ganada a los monstruos informes, y a lo triste sin alma! ¡Oh tú, mi yo más bello, mi más que yo, mi amada, manténme con tus ojos suspenso, nunca grave, y sea siempre magia la vida cotidiana!
Cielo, por tu luz
por esa caricia
yo sería capaz
de rendir mi ser
Ya no tiene caso
mirar hacia otro lado
Todo lo que espero
lo encuentro en ti
Siéntete segura
que no te quepa duda
cuenta con mi vida
y mi devoción
Vivo para amarte
para mi alejarme
es como quedar sin respiración
El cielo en tu mirada
cada madrugada
es a donde pierdo mi confusión
Y cuando estas ausente
te abrazo a mi mente
Cielo para sobrevivir
Mi cielo para poder vivir
El cielo en tu mirada
cada madrugada
es a donde pierdo mi confusión
y cuando estas ausente
te abrazo a mi mente
Mi cielo para sobrevivir
Cielo para poder vivir
Es otoño. Estoy solo. Pienso en ti. Caen las hojas… Vaga la melodía de una pena que ignoro. El viento, que estremece marchitadas congojas, pasa como un recuerdo por el bosque sonoro.
Es otoño. Parece que un ensueño renuncia, que un desencanto esparce las efímeras galas… Una dorada pompa que a la muerte renuncia, con el paisaje mustio forma una lluvia de alas.
Estoy solo. Se siente que el otoño es un viaje… Hay un alma que llora porque alguien se despide. Este ocaso de plantas que enrojece el paisaje, con mi desalentada serenidad coincide.
Pienso en ti, oyendo un canto perdido en lontananza. Cantan las cosas muertas, la música del vuelo. Como mi amor caído conserva su esperanza, la floresta marchita quiere subir al cielo.
Caen las hojas. La selva trágica se derrumba. Desparrámase un sauce cual generosa fuente. Las hojas más diversas tienen la misma tumba, y entremezcladas ruedan en un mismo torrente.
Tú eres como una brisa por mi huerto sonoro. Mi vida es una rama que, a tu paso, deshojas; y que tendrá a los vientos un destino que ignoro. Es otoño. Estoy solo. Pienso en ti. Caen las hojas…
Me tendí sobre la hierba entre los troncos que hoja a hoja desnudaban su belleza. Dejé el alma que soñase: volvería a despertar en primavera.
Nuevamente nace el mundo, nuevamente naces, alma (estabas muerta). Yo no sé lo que ha pasado en este tiempo: tú dormías, esperando ser eterna.
Y por mucho que te cante la alta música de las nubes, y por mucho que te quieran explicar las criaturas por qué evocan aquel tiempo negro y frío, aunque pretendas
hacer tuya tanta vida derramada (era vida, y tú dormías), ya no llegas a alcanzar la plenitud de su alegría: tú dormías cuando todo estaba en vela.
Tierra nuestra, vida nuestra, tiempo nuestro... (Alma mía, ¡quién te dijo que durmieras!)
Este de Julia Priltzky me trae el mejor de mis recuerdos... cuando un día en la mañana recibí una llamada a mi teléfono para escuchar leer este poema con la voz más maravillosa.
Quiero llevar tu sello, estar marcada como una cosa más entre tus cosas. Que las gentes murmuren: allá pasa, allá va feliz, la señalada, la que lleva en el rostro esa antigua señal de risa y lágrima, la cabellera derramada y viva, toda ella una antorcha y toda llama, musgo de eternidad sobre sus hombros resplandeciendo así, como una lámpara. A mis pies, un rumor de muchedumbre se irá abriendo en canal, como una calle. No me importa que digan: esa mujer que escapa como ráfaga, que no ve fuera de su sangre, nada, que ya no escucha fuera de sus voces, que no despierta sino entre sus brazos, que camina sonriendo; esa mujer que va segando el aire, la boca contra el viento, le pertenece toda como un libro, como el reloj, la pipa o el llavero. Como cualquier objeto imprescindible que es uno mismo a fuerza de ser nuestro. Quiero que todos sepan que te quiero: deja tu mano, amor, sobre mi mano. Sobre mi corazón, deja tu sello.
¿Adónde va esa mujer, arrastrándose por la acera, ahora que ya es casi de noche, con la alcuza en la mano?
Acercaos: no nos ve. Yo no sé qué es más gris, si el acero frío de sus ojos, si el gris desvaído de ese chal con el que se envuelve el cuello y la cabeza, o si el paisaje desolado de su alma.
Va despacio, arrastrando los pies, desgastando suela, desgastando losa, pero llevada por un terror oscuro, por una voluntad de esquivar algo horrible.
Sí, estamos equivocados. Esta mujer no avanza por la acera de esta ciudad, esta mujer va por un campo yerto, entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes, y tristes caballones, de humana dimensión, de tierra removida, de tierra que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó, entre abismales pozos sombríos, y turbias simas súbitas, llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.
Oh sí, la conozco. Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren, en un tren muy largo; ha viajado durante muchos días y durante muchas noches: unas veces nevaba y hacía mucho frío, otras veces lucía el sol y sacudía el viento arbustos juveniles en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado, mareada por el ruido de la conversación, por el traqueteo de las ruedas y por el humo, por el olor a nicotina rancia. ¡Oh!: noches y días, días y noches, noches y días, días y noches, y muchos, muchos días, y muchas, muchas noches.
Pero el horrible tren ha ido parando en tantas estaciones diferentes, que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban, ni los sitios, ni las épocas.
Ella recuerda sólo que en todas hacía frío, que en todas estaba oscuro, y que al partir, al arrancar el tren ha comprendido siempre cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta, ha sentido siempre una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla, como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma, como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas, blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo, como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir. Pero las lúgubres estaciones se alejaban, y ella se asomaba frenética a las ventanillas, gritando y retorciéndose, solo para ver alejarse en la infinita llanura eso, una solitaria estación, un lugar señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico por una cruz bajo las estrellas.
Y por fin se ha dormido, sí, ha dormitado en la sombra, arrullada por un fondo de lejanas conversaciones, por gritos ahogados y empañadas risas, como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas, sólo rasgadas de improviso por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche, o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas, ...aún mareada por el humo del tabaco.
Y ha viajado noches y días, sí, muchos días, y muchas noches. Siempre parando en estaciones diferentes, siempre con una ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también, ay, para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada, para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.
...No ha sabido cómo. Su sueño era cada vez más profundo, iban cesando, casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor: sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras, algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche. Y luego nada. Solo la velocidad, solo el traqueteo de maderas y hierro del tren, solo el ruido del tren.
Y esta mujer se ha despertado en la noche, y estaba sola, y ha mirado a su alrededor, y estaba sola, y ha comenzado a correr por los pasillos del tren, de un vagón a otro, y estaba sola, y ha buscado al revisor, a los mozos del tren, a algún empleado, a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento, y estaba sola, y ha gritado en la oscuridad, y estaba sola, y ha preguntado en la oscuridad, y estaba sola, y ha preguntado quién conducía, quién movía aquel horrible tren. Y no le ha contestado nadie, porque estaba sola, porque estaba sola. Y ha seguido días y días, loca, frenética, en el enorme tren vacío, donde no va nadie, que no conduce nadie.
...Y esa es la terrible, la estúpida fuerza sin pupilas, que aún hace que esa mujer avance y avance por la acera, desgastando la suela de sus viejos zapatones, desgastando las losas, entre zanjas abiertas a un lado y otro, entre caballones de tierra, de dos metros de longitud, con ese tamaño preciso de nuestra ternura de cuerpos humanos. Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza), abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita, como si caminara surcando un trigal en granazón, sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces, o una nebulosa de cruces, de cercanas cruces, de cruces lejanas.
Ella, en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más, se inclina, va curvada como un signo de interrogación, con la espina dorsal arqueada sobre el suelo. ¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera, como si se asomara por la ventanilla de un tren, al ver alejarse la estación anónima en que se debía haber quedado? ¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro sus recuerdos de tierra en putrefacción, y se le tensan tirantes cables invisibles desde sus tumbas diseminadas? ¿O es que como esos almendros que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta, conserva aún en el invierno el tierno vicio, guarda aún el dulce álabe de la cargazón y de la compañía, en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?