domingo, 17 de febrero de 2013

En el mundo ya no quedan seres que quieran así (Podly Bird)


A veces alguien te rompe un sueño, pero hay que soñar otra vez. A veces la pena te deja sin respira­ción, pero hay que serenarse.

A veces en la oscuridad te pones a bailar con un recuerdo.

A veces tienes miedo, pero te inventas un abrazo.

Tú y yo sabemos lo que se siente en la soledad; los días de cien horas, las horas de relojes sin agujas: el tiempo no avanza, no retrocede, somos una imagen congelada, una mujer sin nombre convertida en estatua de sal por haber mirado hacia atrás... ¿cómo se llamaba la mujer de Lot, la que sabía que sólo nos pertenece el pasado, que eso es lo único cierto que tenemos, haya sido sol o cruz, nave surcando el océano o piedra hundida en las profundidades del mar?.

Busqué en libros y libros, y nunca hallé su nombre.

Pobrecita, doliente, casi cristal, casi llanto endurecido, pálido pensamiento detenido, pasado inamovible, única vestal que intentó mantener encendido el fuego devastador de quién sabe qué beso, qué sólida pasión incan­descente.

¿En qué pose quedó?

¿Con los brazos extendidos, clamando? ¿Intentando correr, desesperada?

¿Queriendo regresar... queriendo refugiar­se en la casa que quedaba atrás?

Yo no quiero convertirme en estatua de sal... pero no puedo dejar de mirar el jardín del ayer: a veces infierno, a veces paraíso...

¿Dónde dejar aquella música que me sé de memoria?

¿Dónde, el gusto de su saliva tibia?

¿Y la aspereza de su barba creciendo en la madrugada?

¿Y el olor a bosque de pinos expandido por sus movimientos?

A veces la vida te enfrenta con un pelotón de fusilamiento... pero los disparos no te matan, te dejan herida a un costado del cami­no... olvidada, loca de dolor.

Y entonces ya no importa el frío.

Ni el calor.

Ni el hambre.

Ni la espera.

Ni una mariposa amarilla volando alrede­dor de la mirada.

Total, alguna vez volverá a ser verano, aunque el mar haya huido y sea inalcanzable.

Alguna vez volverá a ser de noche y podré descansar del agudo reflejo del sol en las pupilas.

Total, alguna vez volverá una piel conoci­da a frotarse contra mi piel, aunque sea en un sueño, aunque sea inventada.

Total, nadie podrá decirme que lo que digo es mentira, que lo que pienso es mentira, que lo que espero es mentira, que lo que siento es mentira.

Todo es posible cuando llueve.

Si das un salto alto las estrellas se te pue­den meter en el pelo.

Si una estrella se cae en tus manos, la ama­sas hasta reducirla, la pones en la heladera y después te la comes hecha hielo. Pero no sucede seguido. A veces no sucede ni siquie­ra una sola vez en la vida.

Eso no quiere decir que no esperes que pase.

Pasan tantas cosas que parecen tan raras. Por ejemplo: querer a alguien como yo he querido, y que un buen día ya no esté.

Y que nadie se da cuenta que la muerte no se lleva solamente a los muertos.

Y que a nadie le importe.

Y que a mí, de pronto, no me importe que a nadie le importe.

Porque aprendí una cosa: aunque bla bla bla bla... aunque todos bla bla bla bla, no es cierto: en el mundo ya no quedan seres que quieran así.

Pasa una vez.

Ráfaga.

Con alguien como él.

Con alguien como yo.

Estatua de sal.

Estatua de llanto cristalizado.

Estatua desolada, arrodillada, trágica.

Estatua de una mujer sin nombre que no quiso marcharse, que quería quedarse, que jamás se hubiera ido, porque cuando se ama no se buscan lugares que queden lejos del alma, de lo vivido, de lo que nos pertenece por derecho de ojeras compartidas, de lágrimas quemando la punta de la lengua, de pala­bras susurradas al oído.