viernes, 25 de noviembre de 2011

Rimas del Hombre sin manos (Elio Milay)


EL MUSEO DE LA LUNA www.museoluna.com

Un día por la mañana, o en la tarde o la noche,
(discúlpenme, me duele mucho aún recordarlo)
vinieron varios hombres empuñando machetes,
y en frente de mis hijos amputaron mis brazos.

Deduzca usted motivos. ¿Odio, guerra, envidia?
Lo cierto es que al final de este ortopédico tacto,
aunque haya sólo nada, una ausencia muy triste,
¿me creen si les digo que me hablan mis manos?

Las siento aún, las oigo, se lo juro... Me hablan.
No tengo ya, no están y no estarán, sin embargo
se quejan, y las siento, preguntando en silencio:
¿Ya no podremos nunca dar caricias ni abrazos?

Dependo de otras manos para higiene y comida.
¿Qué haría usted, señora, si estuviera en mi caso?
Espero aprender luego a usar mejor los muñones,
e incluso pies y boca. Lo importante es contarlo.

De hecho tuve suerte, pues aún soy un hombre.
(Y no estoy refiriéndome a que no me castraron.)
Soy hombre porque siento: En mi pecho aún late
el mismo amor al mundo y a la vida que antaño.

Si fuese yo un salvaje, como aquellos verdugos,
¿qué espada o qué pistola sostendría? Muy malo,
no puede ser un hombre, cuando no puede asir
los crueles instrumentos de matar del soldado.

A mí me es imposible ser violento ahora mismo.
Sin dedo en el gatillo no hay sangriento disparo.
El mundo iría bien, mucho mejor si los hombres
nacieran de sus madres desprovistos de brazos.

Los brazos y las manos, son un don que utilizan,
en vez de para bienes constructivos y prácticos,
para ir lanzando plomos, desde acero explosivo,
igual que antiguamente huesos, piedras y palos.

¿Qué hacen con sus manos las mujeres? Cocinan
a hijos, padres, suegros y maridos. Qué zánganos
son todos ellos cuando han de ayudarlas a ellas.
¡Qué prestos andan luego a golpearlas en cambio!

¿Qué hacen con sus manos las mujeres? Arreglan
paciente, dulcemente lo que rompen los machos.
La guerra y la miseria son productos del hombre.
Los hombres, no merecen tener brazos y manos.

Hermanos cuyas manos causan mal y desangran
al débil e indefenso, ¿en verdad son "humanos"?
Quizá después y antes, pero mientras destruyen
son sólo chusma ruin a la que gusta hacer daño.

Maldita sea la estirpe de los hombres... Maldito
el día en que aprendieron a cazar a los pájaros.
Yo siento cómo sufren mis diez dedos ausentes,
igual que ángeles tristes e invisibles volando...

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Los Heraldos Negros (César Vallejo)


Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!


lunes, 21 de noviembre de 2011

Nocturno y Elegía (Emilio Ballagas)

Gracias MarenCalma por este poema que me encanta acá esta en mis tesoros



Si pregunta por mí, traza en el suelo
una cruz de silencio y de ceniza
sobre el impuro nombre que padezco.
Si pregunta por mí, di que me he muerto
y que me pudro bajo las hormigas.
Dile que soy la rama de un naranjo,
la sencilla veleta de una torre.

No le digas que lloro todavía
acariciando el hueco de su ausencia
donde su ciega estatua quedó impresa
siempre al acecho de que el cuerpo vuelva.
La carne es un laurel que canta y sufre
y yo en vano esperé bajo su sombra.
Ya es tarde. Soy un mudo pececillo.

Si pregunta por mí dale estos ojos,
estas grises palabras, estos dedos;
y la gota de sangre en el pañuelo.
Dile que me he perdido, que me he vuelto
una oscura perdiz, un falso anillo
a una orilla de juncos olvidados:
dile que voy del azafrán al lirio.

Dile que quise perpetuar sus labios,
habitar el palacio de su frente.
Navegar una noche en sus cabellos.
Aprender el color de sus pupilas
y apagarse en su pecho suavemente,
nocturnamente hundido, aletargado
en un rumor de venas y sordina.

Ahora no puedo ver aunque suplique
el cuerpo que vestí de mi cariño.
Me he vuelto una rosada caracola,
me quedé fijo, roto, desprendido.
Y si dudáis de mí creed al viento,
mirad al norte, preguntad al cielo.
Y os dirán si aún espero o si anochezco.

¡Ah! Si pregunta dile lo que sabes.
De mí hablarán un día los olivos
cuando yo sea el ojo de la luna,
impar sobre la frente de la noche,
adivinando conchas de la arena,
el ruiseñor suspenso de un lucero
y el hipnótico amor de las mareas.

Es verdad que estoy triste, pero tengo
sembrada una sonrisa en el tomillo,
otra sonrisa la escondí en Saturno
y he perdido la otra no sé dónde.
Mejor será que espere a medianoche,
al extraviado olor de los jazmines,
y a la vigilia del tejado, fría.

No me recuerdes su entregada sangre
ni que yo puse espinas y gusanos
a morder su amistad de nube y brisa.
No soy el ogro que escupió en su agua
ni el que un cansado amor paga en monedas.
¡No soy el que frecuenta aquella casa
presidida por una sanguijuela!

(Allí se va con un ramo de lirios
a que lo estruje un ángel de alas turbias.)
No soy el que traiciona a las palomas,
a los niños, a las constelaciones...
Soy una verde voz desamparada
que su inocencia busca y solicita
con dulce silbo de pastor herido.

Soy un árbol, la punta de una aguja,
un alto gesto ecuestre en equilibrio;
la golondrina en cruz, el aceitado
vuelo de un búho, el susto de una ardilla.
Soy todo, menos eso que dibuja
un índice con cieno en las paredes
de los burdeles y los cementerios.

Todo, menos aquello que se oculta
bajo una seca máscara de esparto.
Todo, menos la carne que procura
voluptuosos anillos de serpiente
ciñendo en espiral viscosa y lenta.
Soy lo que me destines, lo que inventes
para enterrar mi llanto en la neblina.

Si pregunta por mí, dile que habito
en la hoja del acanto y en la acacia.
O dile, si prefieres, que me he muerto.
Dale el suspiro mío, mi pañuelo;
mi fantasma en la nave del espejo.
Tal vez me llore en el laurel o busque
mi recuerdo en la forma de una estrella.

(1938)


domingo, 20 de noviembre de 2011

Parábola de la Inconstante (Rosario Castellanos)


Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:
Si yo soy lo que soy
Y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
Suceda ese proceso
Que la semilla le permite al árbol
Y la piedra a la estatua, seré la plenitud.

Y acaso era verdad. Una verdad.

Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
A asirme a una pared como el enamorado
Se ase del otro con sus juramentos.

Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
En solidez de roble,
La rumorosa soledad, la sombra
Hospitalaria y daba al caminante
- a su cuchillo agudo de memoria -
el testimonio fiel de mi corteza.

Mi actitud era a veces el reposo
Y otras el arrebato,
La gracia o el furor, siempre los dos contrarios
Prontos a aniquilarse
Y a emerger de las ruinas del vencido.

Cada hora suplantaba a alguno; cada hora
Me iba de algún mesón desmantelado
En el que no encontré ni una mala bujía
Y en el que no me fue posible dejar nada.

Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
Para arrojar después, lejos de mi, el despojo.

Heme aquí, ya al final, y todavía
No sé qué cara le daré a la muerte.

domingo, 13 de noviembre de 2011

¡Piu Avanti! (Pedro Palacios Almafuerte)


No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde intrepidez del pavo
que amaina su plumaje al menor ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...
Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza!


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Abandonados (Gioconda Belli)


Tocamos la noche con las manos
escurriéndonos la oscuridad entre los dedos,
sobándola como la piel de una oveja negra.

Nos hemos abandonado al desamor,
al desgano de vivir colectando horas en el vacío,
en los días que se dejan pasar y se vuelven a repetir,
intrascendentes,
sin huellas, ni sol, ni explosiones radiantes de claridad.

Nos hemos abandonado dolorosamente a la soledad,
sintiendo la necesidad del amor por debajo de las uñas,
el hueco de un sacabocados en el pecho,
el recuerdo y el ruido como dentro de un caracol
que ha vivido ya demasiado en una pecera de ciudad
y apenas si lleva el eco del mar en su laberinto de concha.

¿Cómo volver a recapturar el tiempo?

¿Interponerle el cuerpo fuerte del deseo y la angustia,
hacerlo retroceder acobardado
por nuestra inquebrantable decisión?

Pero... quién sabe si podremos recapturar el momento
que perdimos.

Nadie puede predecir el pasado
cuando ya quizás no somos los mismos,
cuando ya quizás hemos olvidado
el nombre de la calle
donde
alguna vez
pudimos
encontrarnos

Predestinada a la tristeza (Orietta Lozano)



Ya no soy yo amado,
y no sé quién soy, si todavía permanezco,
si estoy aquí y lo que toco está.
Las palabras me caen como agua fresca,
la tristeza se riega en mi música ensangrentada.
En mi corazón se anida un animal herido
y mis versos preferidos los dije a la noche
que aguarda el beso caliente del amante
y el rumor perecedero de la piedra.
Ya no soy yo amado,
y no sé si estoy aquí, si mis miembros se cierran
o se abren,
si la muerte es un mal sueño dilatándose en mis venas,
recordando como una voz antigua,
mi no permanecer, ni fugaz sentir, mi antiguo malestar
caído de la duda.