sábado, 25 de mayo de 2013

Quiéreme entera... (Dulce María Loynaz)


Si me quieres, quiéreme entera,
no por zonas de luz o sombra...
si me quieres, quiéreme negra
y blanca. Y gris, y verde, y rubia,
quiéreme día,
quiéreme noche...
¡Y madrugada en la ventana abierta!

si me quieres, no me recortes:
¡quiéreme toda... o no me quieras!

Vergüenza (Gabriela Mistral)


Si tú me miras, yo me vuelvo hermosa 

como la hierba a que bajó el rocío, 
y desconocerán mi faz gloriosa 
las altas cañas cuando baje al río.

Tengo vergüenza de mi boca triste, 

de mi voz rota y mis rodillas rudas; 
ahora que me miraste y que viniste, 
me encontré pobre y me palpé desnuda.

Ninguna piedra en el camino hallaste 

más desnuda de luz en la alborada 
que esta mujer a la que levantaste, 
porque oíste su canto, la mirada.

Yo callaré para que no conozcan 

mi dicha los que pasan por el llano, 
en el fulgor que da a mi frente tosca 
en la tremolación que hay en mi mano...

Es noche y baja a la hierba el rocío; 

mírame largo y habla con ternura, 
¡que ya mañana al descender al río 
lo que besaste llevará hermosura!

viernes, 26 de abril de 2013

Sin Amor (Nira Etchenique)

No tenia caso decir te amo, si no era un real sentimiento, porque hemos denigrado tanto el te amo, ahora lo dicen por cualquier chispa de sentimiento, y el amor es más profundo.


Si por lo menos
no hubieras dicho que me amabas,
si sólo hubieras dibujado con tu mano cabal
la mansedumbre de mi cuerpo,
si me hubieras asaltado en silencio,
como el agua,
si hubieras venido a mí como un sonámbulo,
todo pulso, y calor, y piel, y lengua.
Si por lo menos
no hubieras dicho que me amabas,
esta noche,
esta noche tan amarga
me sería más fácil caminarla.
Caminarla sin ti que estás mordido
como pan de vagabundo en la ventana,
caminarla sin ti, que te has herido
como pájaro de vientre prolongado.
Si por lo menos
no hubieras dicho que me amabas,
si sólo hubieras llegado con tu hoy
simple y rotundo como un cero
y nada más, y nada de tu ayer y tu castigo,
y tu culpa y tu viejo carro uncido.
Si me hubieras penetrado sin palabras
solo y único, en silencio, acorazado.
Si me hubieras medido con tu carne
con la boca afirmada a la moneda,
si me hubieras logrado sin hablarme....
Si por lo menos
no hubieras dicho que me amabas,
si solo hubieras descendido oscuro
y anónimo y feroz y enmudecido,
qué fácil caminar por esta noche
de ciudad dilatada en bocacalles.
Qué fácil detenerte en las esquinas
y en las manos que juegan a ser rosas
sobre el límpido cristal de las vidrieras.
¡Qué fácil el otoño y el olvido!

sábado, 30 de marzo de 2013

Me doy cuenta de que me faltas (Jaime Sabines)



Me doy cuenta de que me faltas 
y de que te busco entre las gentes, en el ruido, 
pero todo es inútil. 
Cuando me quedo solo 
me quedo más solo 
solo por todas partes y por ti y por mí. 
No hago sino esperar. 
Esperar todo el día hasta que no llegas. 
Hasta que me duermo 
y no estás y no has llegado 
y me quedo dormido 
y terriblemente cansado 
preguntando. 
Amor, todos los días. 
Aquí a mi lado, junto a mí, haces falta. 
Puedes empezar a leer esto 
y cuando llegues aquí empezar de nuevo. 
Cierra estas palabras como un círculo, 
como un aro, échalo a rodar, enciéndelo. 
Estas cosas giran en torno a mí igual que moscas, 
en mi garganta como moscas en un frasco. 
Yo estoy arruinado. 
Estoy arruinado de mis huesos, 
todo es pesadumbre.

jueves, 21 de marzo de 2013

Irse (Mario Benedetti)


Cada vez que te vayas de vos misma
no olvides que te espero
en tres o cuatro puntos cardinales
siempre habrá un sitio dondequiera
con un montón de bienvenidas
todas te reconocen desde lejos 
y aprontan una fiesta tan discreta
sin cantos sin fulgor sin tamboriles 
que sólo vos sabrás que es para vos
cada vez que te vayas de vos misma
procura que tu vida no se rompa
y tu otro vos no sufra el abandono
y por favor no olvides que te espero
con este corazón recién comprado
en la feria mejor de los domingos
cada vez que te vayas de vos misma
no destruyas la vía de regreso
volver es una forma de encontrarse
y así verás que allí también te espero.



domingo, 17 de febrero de 2013

En el mundo ya no quedan seres que quieran así (Podly Bird)


A veces alguien te rompe un sueño, pero hay que soñar otra vez. A veces la pena te deja sin respira­ción, pero hay que serenarse.

A veces en la oscuridad te pones a bailar con un recuerdo.

A veces tienes miedo, pero te inventas un abrazo.

Tú y yo sabemos lo que se siente en la soledad; los días de cien horas, las horas de relojes sin agujas: el tiempo no avanza, no retrocede, somos una imagen congelada, una mujer sin nombre convertida en estatua de sal por haber mirado hacia atrás... ¿cómo se llamaba la mujer de Lot, la que sabía que sólo nos pertenece el pasado, que eso es lo único cierto que tenemos, haya sido sol o cruz, nave surcando el océano o piedra hundida en las profundidades del mar?.

Busqué en libros y libros, y nunca hallé su nombre.

Pobrecita, doliente, casi cristal, casi llanto endurecido, pálido pensamiento detenido, pasado inamovible, única vestal que intentó mantener encendido el fuego devastador de quién sabe qué beso, qué sólida pasión incan­descente.

¿En qué pose quedó?

¿Con los brazos extendidos, clamando? ¿Intentando correr, desesperada?

¿Queriendo regresar... queriendo refugiar­se en la casa que quedaba atrás?

Yo no quiero convertirme en estatua de sal... pero no puedo dejar de mirar el jardín del ayer: a veces infierno, a veces paraíso...

¿Dónde dejar aquella música que me sé de memoria?

¿Dónde, el gusto de su saliva tibia?

¿Y la aspereza de su barba creciendo en la madrugada?

¿Y el olor a bosque de pinos expandido por sus movimientos?

A veces la vida te enfrenta con un pelotón de fusilamiento... pero los disparos no te matan, te dejan herida a un costado del cami­no... olvidada, loca de dolor.

Y entonces ya no importa el frío.

Ni el calor.

Ni el hambre.

Ni la espera.

Ni una mariposa amarilla volando alrede­dor de la mirada.

Total, alguna vez volverá a ser verano, aunque el mar haya huido y sea inalcanzable.

Alguna vez volverá a ser de noche y podré descansar del agudo reflejo del sol en las pupilas.

Total, alguna vez volverá una piel conoci­da a frotarse contra mi piel, aunque sea en un sueño, aunque sea inventada.

Total, nadie podrá decirme que lo que digo es mentira, que lo que pienso es mentira, que lo que espero es mentira, que lo que siento es mentira.

Todo es posible cuando llueve.

Si das un salto alto las estrellas se te pue­den meter en el pelo.

Si una estrella se cae en tus manos, la ama­sas hasta reducirla, la pones en la heladera y después te la comes hecha hielo. Pero no sucede seguido. A veces no sucede ni siquie­ra una sola vez en la vida.

Eso no quiere decir que no esperes que pase.

Pasan tantas cosas que parecen tan raras. Por ejemplo: querer a alguien como yo he querido, y que un buen día ya no esté.

Y que nadie se da cuenta que la muerte no se lleva solamente a los muertos.

Y que a nadie le importe.

Y que a mí, de pronto, no me importe que a nadie le importe.

Porque aprendí una cosa: aunque bla bla bla bla... aunque todos bla bla bla bla, no es cierto: en el mundo ya no quedan seres que quieran así.

Pasa una vez.

Ráfaga.

Con alguien como él.

Con alguien como yo.

Estatua de sal.

Estatua de llanto cristalizado.

Estatua desolada, arrodillada, trágica.

Estatua de una mujer sin nombre que no quiso marcharse, que quería quedarse, que jamás se hubiera ido, porque cuando se ama no se buscan lugares que queden lejos del alma, de lo vivido, de lo que nos pertenece por derecho de ojeras compartidas, de lágrimas quemando la punta de la lengua, de pala­bras susurradas al oído.

viernes, 4 de enero de 2013

La muchacha ebria (Efraín Huerta)





Este lánguido caer en brazos de una desconocida, 
esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres; 
este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol, 
huella de pie dormido, navaja verde o negra; 
este instante durísimo en que una muchacha grita, 
gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya. 
Todo esto no es sino la noche, 
sino la noche grávida de sangre y leche, 
de niños que se asfixian, 
de mujeres carbonizadas 
y varones morenos de soledad 
y misterioso, sofocante desgaste. 
Sino la noche de la muchacha ebria 
cuyos gritos de rabia y melancolía 
me hirieron como el llanto purísimo, 
como las náuseas y el rencor, 
como el abandono y la voz de las mendigas.


Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido 
y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de 
                                                                       las cantinas, 
llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo 
                                                                           negra barba 
y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza: 
llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas, 
de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre, 
de la muchacha que una noche —y era una santa noche— 
me entregara su corazón derretido, 
sus manos de agua caliente, césped, seda, 
sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos, 
sus torpes arrebatos de ternura, 
su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos, 
su pecho suave como una mejilla con fiebre, 
y sus brazos y piernas con tatuajes, 
y su naciente tuberculosis, 
y su dormido sexo de orquídea martirizada.


Ah la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido 
y la generosidad en la punta de los dedos, 
la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre, 
como yo, escapado apenas de la violencia amorosa. 
Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos, 
una fecha sangrienta y abatida.

¡Por la muchacha ebria, amigos míos!

sábado, 10 de noviembre de 2012

Tía Chofi (Jaime Sabines)



Amanecí triste el día de tu muerte, tía Chofi, 
pero esa tarde me fui al cine e hice el amor. 
Yo no sabía que a cien leguas de aquí estabas muerta 
con tus setenta años de virgen definitiva, 
tendida sobre un catre, estúpidamente muerta. 
Hiciste bien en morirte, tía Chofi, 
porque no hacías nada, porque nadie te hacía caso, 
porque desde que murió abuelita, a quien te consagraste, 
ya no tenías qué hacer y a leguas se miraba 
que querías morirte y te aguantabas. 
¡Hiciste bien! 
Yo no quiero elogiarte como acostumbran los arrepentidos, 
porque te quise a tu hora, en el lugar preciso, 
y harto sé lo que fuiste, tan corriente, tan simple, 
pero me he puesto a llorar como una niña porque te moriste. 
¡Te siento tan desamparada, 
tan sola, sin nadie que te ayude a pasar la esquina, 
sin quien te dé un pan! 
Me aflige pensar que estás bajo la tierra 
tan fría de Berriozábal, 
sola, sola, terriblemente sola, 
como para morirse llorando. 
Ya sé que es tonto eso, que estás muerta, 
que más vale callar, 
¿pero qué quieres que haga 
si me conmueves más que el presentimiento de tu muerte? 

Ah, jorobada, tía Chofi, 
me gustaría que cantaras 
o que contaras el cuento de tus enamorados. 
Los campesinos que te enterraron sólo tenían 
tragos y cigarros, 
y yo no tengo más. 
Ha de haberse hecho el cielo ahora con tu muerte, 
y un Dios justo y benigno ha de haberte escogido. 
Nunca ha sido tan real eso en lo que tu creíste. 
Tan miserable fuiste que te pasaste dando tu vida 
a todos. Pedías para dar, desvalida. 
Y no tenías el gesto agrio de las solteronas 
porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos. 
En el medio justo de dos o tres ideas que llenaron tu vida 
te repetías incansablemente 
y eras la misma cosa siempre. 
Fácil, como las flores del campo 
con que las vecinas regaron tu ataúd, 
nunca has estado tan bien como en ese abandono de la muerte. 

Sofía, virgen, antigua, consagrada, 
debieron enterrarte de blanco 
en tus nupcias definitivas. 
Tú que no conociste caricia de hombre 
y que desjaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos, 
tú, casta, limpia, sellada, 
debiste llevar azahares tu último día. 
Exijo que los ángeles te tomen 
y te conduzcan a la morada de los limpios. 
Sofía virgen, vaso transparente, cáliz, 
que la muerte recoja tu cabeza blandamente 
y que cierre tus ojos con cuidados de madre 
mientras entona cantos interminables. 
Vas a ser olvidada de todos 
como los lirios del campo, 
como las estrellas solitarias; 
pero en las mañanas, en la respiración del buey, 
en el temblor de las plantas, 
en la mansedumbre de los arroyos, 
en la nostalgia de las ciudades, 
serás como la niebla intocable, hálito de Dios que despierta. 

Sofía virgen, desposada en un cementerio de provincia, 
con una cruz pequeña sobre tu tierra, 
estás bien allí, bajo los pájaros del monte, 
y bajo la yerba, que te hace una cortina para mirar al mundo.




miércoles, 1 de agosto de 2012

Espera (Fernando García)


ESPERA


Que si puedo esperar, me preguntas?
pues claro… claro que puedo… 
si todo lo que he hecho en esta vida
desemboca en este momento

algo se me ocurrirá mientras tanto
puedo matar los fantasmas
…que están siempre merodeando 
o peinar con mis dedos a ese Ángel 
…que se me queda mirando
sabes?
…creo que se te parece tanto

(sin embargo, no va a ser fácil 
…para nada
te lo confieso mi amada
que he tratado de lidiar 
…con esta tremenda locura
…con mi necesidad inmediata
de mis manos en tu cintura
…con las ganas de tenerte
en este preciso instante
cara a cara, frente a frente
sin decir nada, solo abrazarte
…sueño con ese segundo
en que pierdas la inocencia
en que rompamos los pactos
para amarnos sin clemencia)

En fin, ya ves… puedo esperar 
asi que…no te preocupes 
ni en llegar tanto te afanes
porque la verdad es tan simple
y es que no tengo hecho planes

Fer Garcia
(01/08/12)
Copyright ®

miércoles, 20 de junio de 2012

La memoria en las manos (Pedro Salinas)



Hoy son las manos la memoria.
El alma no se acuerda, está dolida
de tanto recordar. Pero en las manos
queda el recuerdo de lo que han tenido.

Recuerdo de una piedra
que hubo junto a un arroyo
y que cogimos distraídamente
sin darnos cuenta de nuestra ventura.
Pero su peso áspero,
sentir nos hace que por fin cogimos
el fruto más hermoso de los tiempos.
A tiempo sabe
el peso de una piedra entre las manos.
En una piedra está
la paciencia del mundo, madurada despacio.
Incalculable suma
de días y de noches, sol y agua
la que costó esta forma torpe y dura
que acariciar no sabe y acompaña
tan sólo con su peso, oscuramente.
Se estuvo siempre quieta,
sin buscar, encerrada,
en una voluntad densa y constante
de no volar como la mariposa,
de no ser bella, como el lirio,
para salvar de envidias su pureza.
¡Cuántos esbeltos lirios, cuántas gráciles
libélulas se han muerto, allí, a su lado
por correr tanto hacia la primavera!
Ella supo esperar sin pedir nada
más que la eternidad de su ser puro.
Por renunciar al pétalo, y al vuelo,
está viva y me enseña
que un amor debe estarse quizá quieto, muy quieto,
soltar las falsas alas de la prisa,
y derrotar así su propia muerte.

También recuerdan ellas, mis manos,
haber tenido una cabeza amada entre sus palmas.
Nada más misterioso en este mundo.
Los dedos reconocen los cabellos
lentamente, uno a uno, como hojas
de calendario: son recuerdos
de otros tantos, también innumerables
días felices
dóciles al amor que los revive.
Pero al palpar la forma inexorable
que detrás de la carne nos resiste
las palmas ya se quedan ciegas.
No son caricias, no, lo que repiten
pasando y repasando sobre el hueso:
son preguntas sin fin, son infinitas
angustias hechas tactos ardorosos.
Y nada les contesta: una sospecha
de que todo se escapa y se nos huye
cuando entre nuestras manos lo oprimimos
nos sube del calor de aquella frente.
La cabeza se entrega. ¿Es la entrega absoluta?
El peso en nuestras manos lo insinúa,
los dedos se lo creen,
y quieren convencerse: palpan, palpan.
Pero una voz oscura tras la frente,
?¿nuestra frente o la suya??
nos dice que el misterio más lejano,
porque está allí tan cerca, no se toca
con la carne mortal con que buscamos
allí, en la punta de los dedos,
la presencia invisible.
Teniendo una cabeza así cogida
nada se sabe, nada,
sino que está el futuro decidiendo
o nuestra vida o nuestra muerte
tras esas pobres manos engañadas
por la hermosura de lo que sostienen.
Entre unas manos ciegas
que no pueden saber. Cuya fe única
está en ser buenas, en hacer caricias
sin casarse, por ver si así se ganan
cuando ya la cabeza amada vuelva
a vivir otra vez sobre sus hombros,
y parezca que nada les queda entre las palmas,
el triunfo de no estar nunca vacías.





Ni me entiendo ni me entienden...(Concha Méndez)

Ni me entiendo ni me entienden;

ni me sirve alma ni sangre;
lo que veo con mis ojos
no lo quiero para nadie.

Todo es extraño a mí misma,
hasta la luz, hasta el aire,
porque ni acierto a mirarla;
ni sé cómo respirarle.
.
Y si miro hacia la sombra
donde la luz se deshace,
temo también deshacerme
y entre la sombra quedarme
confundida para siempre
en ese misterio grande

miércoles, 13 de junio de 2012



Una Bonita historia de amor.
La historia cuenta que, hace mucho tiempo, un hombre regañó a su hija pequeña de 5 años por desperdiciar todo un rollo de papel de regalo para envolver una caja.

La niña, a pesar de la regañina, dejó la caja envuelta bajo el árbol de Navidad y a la mañana siguiente, cuando todos estaban abriendo los regalos, se la entregó a su padre diciéndole: "Esto es para ti, papi".

Él, sintió vergüenza de la reacción del día anterior y emocionado, abrió el regalo. Pero al ver que en el interior de la caja no había nada, le dijo en tono molesto a su hija: "Señorita, cuando se hace un regalo siempre tiene que haber algo dentro".

La pequeña, medio llorando le dijo: "Pero papi, no está vacía, la llené de besos para ti".

El padre, conmovido, abrazó a su hija y le pidió perdón.


Con el tiempo, la niña creció y se fue a vivir muy lejos. Su padre, cada vez que la echaba de menos, metía su mano en la caja y sacaba un beso imaginario. Así se llenaba de todo el amor que le regaló su hija.

jueves, 17 de mayo de 2012

Tengo miedo (Pablo Neruda)



Tengo miedo. La tarde es gris y la tristeza
del cielo se abre como una boca de muerto.
Tiene mi corazón un llanto de princesa
olvidada en el fondo de un palacio desierto.
Tengo miedo -Y me siento tan cansado y pequeño
que reflojo la tarde sin meditar en ella.
(En mi cabeza enferma no ha de caber un sueño
así como en el cielo no ha cabido una estrella.)
Sin embargo en mis ojos una pregunta existe
y hay un grito en mi boca que mi boca no grita.
¡No hay oído en la tierra que oiga mi queja triste
abandonada en medio de la tierra infinita!
Se muere el universo de una calma agonía
sin la fiesta del Sol o el crepúsculo verde.
Agoniza Saturno como una pena mía,
la Tierra es una fruta negra que el cielo muerde.
Y por la vastedad del vacío van ciegas
las nubes de la tarde, como barcas perdidas
que escondieran estrellas rotas en sus bodegas.
Y la muerte del mundo cae sobre mi vida.

miércoles, 18 de abril de 2012

Poema de la íntima agonía


Este corazón mío, tan abierto y tan simple,
es ya casi una fuente debajo de mi llanto.

Es un dolor sentado más allá de la muerte.
Un dolor esperando... esperando... esperando... 

Todas las horas pasan con la muerte en los hombros.
Yo sola sigo quieta con mi sombra en los brazos.

No me cesa en los ojos de golpear el crepúsculo, 
ni me tumba la vida como un árbol cansado.

Este corazón mío, que ni él mismo se oye,
que ni él mismo se siente de tan mudo y tan largo.

¡Cuántas veces lo he visto por las sendas inútiles
recogiendo espejismos, como un lago estrellado! 

Es un dolor sentado más allá de la muerte, 
dolor hecho de espigas y sueños desbandados.

Creyéndome gaviota, verme partido el vuelo,
dándome a las estrellas, encontrarme en los charcos.

¡Yo que siempre creí desnudarme la angustia 
con sólo echar mi alma a girar con los astros! 

¡Oh mi dolor, sentado más allá de la muerte!
¡Este corazón mío, tan abierto y tan largo!

jueves, 15 de marzo de 2012

Me dueles (Jaime Sabines)


Me dueles. 

Mansamente, insoportablemente, me dueles. 

Toma mi cabeza, córtame el cuello. 

Nada queda de mí después de este amor.

Entre los escombros de mi alma búscame, 

escúchame. 

En algún sitio mi voz, sobreviviente, llama, 

pide tu asombro, 

tu iluminado silencio.

Atravesando muros, atmósferas, edades, 

tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto) 

viene desde la muerte, desde antes 

del primer día que despertara al mundo.

¡Qué claridad tu rostro, qué ternura 

de luz ensimismada, 

qué dibujo de miel sobre hojas de agua!

Amo tus ojos, amo, amo tus ojos. 

Soy como el hijo de tus ojos, 

como una gota de tus ojos soy. 

Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme, 

del suelo, de la sombra que pisas, 

del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños. 
Levántame. Porque he caído de tus manos 
y quiero vivir, vivir, vivir.

jueves, 1 de marzo de 2012

Poemas de amor (Darío Jaramillo Agudelo)



Ese otro que también me habita,

acaso propietario, invasor quizás o exiliado en este cuerpo ajeno o de ambos,
ese otro a quien temo e ignoro, felino o ángel,
ese otro que está solo siempre que estoy solo, ave o demonio
esa sombra de piedra que ha crecido en mi adentro y en mi afuera,
eco o palabra, esa voz que responde cuando me preguntan algo,
el dueño de mi embrollo, el pesimista y el melancólico y el
                                                                                        inmotivadamente alegre,
ese otro,
también te ama.


Podría perfectamente suprimirte de mi vida,

no contestar tus llamadas, no abrirte la puerta de la casa,
no pensarte, no desearte,
no buscarte en ningún lugar común y no volver a verte,
circular por calles por donde sé que no pasas,
eliminar de mi memoria cada instante que hemos compartido,
cada recuerdo de tu recuerdo,
olvidar tu cara hasta ser capaz de no reconocerte,
responder con evasivas cuando me pregunten por ti
y hacer como si no hubieras existido nunca.
Pero te amo.


Yo huelo a ti.

Me persigue tu olor, me persigue y me posee.
No es este olor un perfume sobrepuesto sobre ti,
no es el aroma que llevas como una prenda más:
es tu olor más esencial, tu halo único.
Y cuando, ausente, mi vacío te convoca,
una ráfaga de ese aliento me llega del lugar más tierno de la noche.
Yo huelo a ti
y tu olor me impregna después de estar juntos en el lecho, 
y ese fino aroma me alimenta,
y ese aliento esencial me sustituye.
Yo huelo a ti.


Algún día te escribiré un poema que no mencione el aire ni la noche;

un poema que omita los nombres de las flores, que no tenga jazmines o magnolias.
Algún día te escribiré un poema sin pájaros ni fuentes, un poema que eluda el mar
y que no mire a las estrellas.
Algún día te escribiré un poema que se limite a pasar los dedos por tu piel
y que convierta en palabras tu mirada.
Sin comparaciones, sin metáforas, algún día escribiré un poema que huela a ti,
un poema con el ritmo de tus pulsaciones, con la intensidad estrujada de tu abrazo.
Algún día te escribiré un poema, el canto de mi dicha.


Atolondrado y confuso,
demasiado lleno de ruidos,

sin centro ni reposo,
desconectado del otro lado de la piel,
aturdido por el interminable crujir de este corazón
-tierra cuarteada, ceniza gris en el pecho-,
así pasan estas noches de calor y duermevela,
estas noches en que no estoy contigo.


 Tu voz por el teléfono tan cerca y nosotros tan distantes,

tu voz, amor, al otro lado de la línea y yo aquí solo, sin ti, al otro lado de la luna,
tu voz por el teléfono tan cerca, apaciguándome, y tan lejos tú de mí, tan lejos,
tu voz que repasa las tareas conjuntas,
o que menciona un número mágico,
que por encima de la alharaca del mundo me habla para decir en lenguaje cifrado 
                                                                                                                                     que me amas.
Tu voz aquí, a lo lejos, que le da sentido a todo,
tu voz que es la música de mi alma,
tu voz, sonido del agua, conjuro, encantamiento.


Alabanza de mi noche blanca,

supresión de los abismos de mi corazón,
aniquiladora de mis momentos atroces.
Benditas tu caricia y tu palabra, Señora de la Apacible Ronda,
muchacha mía que detesta llorar por la mañana,
muchacha que habla a solas por la casa y ríe.
Ola frágil, bajo mi cuerpo ardiente tu cuerpo mío se calcina en un delirio de luz
y entonces somos una sola sustancia.
Flor de mis jadeos y mis éxtasis, tú, la callada, con tu mano en mi pecho 
                                                                               diciéndome la claridad calladamente, 
permitiéndole al tiempo transcurrir sobre nosotros sin rozarnos,
nosotros, juntos, los eternos.


Tu lengua, tu sabia lengua que inventa mi piel,
tu lengua de fuego que me incendia,

tu lengua que crea el instante de demencia, el delirio del cuerpo enamorado,
tu lengua, látigo sagrado, brasa dulce,
invocación de los incendios que me saca de mí, que me transforma,
tu lengua de carne sin pudores,
tu lengua de entrega que me demanda todo, tu muy mía lengua,
tu bella lengua que electriza mis labios, que vuelve tuyo mi cuerpo por ti purificado,
tu lengua que me explora y me descubre,
tu hermosa lengua que también sabe decir que me ama.


Que nadie toque este amor.

Que todos ignoren el sigilo de nuestro cielo nocturno
y el secreto sea el aire dichoso de nuestros plácidos suspiros.
Que ningún extraño contamine el sueño tuyo y el mío:
cualquier visitante es un invasor en el tibio ámbito donde habitamos;
aquí el tiempo es agua fresca en movimiento, apenas sutil vuelo,
y todas las gentes viven muy lejos de nuestro jardín alucinado,
ajenos a nuestro paraíso secreto.


Todo tuyo siempre todavía.
Tuyo todo por siempre hasta hoy y luego,

tuyo siempre porque para ser lo necesito,
siempre todo tuyo,
siempre aunque siempre nunca sea,
todo íntegro tuyo siempre y hasta ahora
más el próximo nuevo instante cada vez.
Con todo el tiempo el mundo a nuestro alcance,
todo el tiempo del mundo que es igual a la próxima noche,
todo tuyo siempre todavía.
Seguro de sobrevivir mañana tuyo,
siempre tuyo desde hoy en cada mañana de mañana.
Enamorado de ti, siempre y ahora, sin recuerdos,
en presente siempre amándote,
eternamente tuyo,
todo tuyo siempre todavía.


Primero está la soledad.

En las entrañas y en el centro del alma:
ésta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con tu sombra,
que esa tiniebla eres tú.
Tu corazón, ese froto perplejo, no tiene que agriarse con tu sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.
Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original -contigo mismo-.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro de ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.


Sé que el amor

no existe
y sé también
que te amo.